viernes, 21 de marzo de 2014

HUELLAS IMBORRABLES

   
Tatuaje expuesto en El Laguito/Cartagena de indias. 

Aquel día que pensé en tatuarme, o en rayarme el cuero, como dicen algunos, sentí miedo porque, debo admitirlo, le temo un poco a las agujas. Esto ya hace unos años. Recuerdo que David me dijo que me recomendaba que me lo hiciera cuando estuviera bien con Dios y que decidí escuchar su consejo, muy a pesar de mis ansias locas, no por temor a las opiniones de las gentes, sino, más bien, porque pensé que era lo más conveniente en el momento. Debo reconocer que nunca me ha importado lo que las personas digan o dejen de decir.

Pasó el tiempo y yo seguía con la rasquiñita del tattoo, hasta que un 22 de enero del presente año (2014) me decidí por completo; tiré al suelo mi miedo, le pegué una patada en las nalgas y me tatué. Me importó el qué dirán, mandé a la mierda a los que me criticaron, les argumenté que un tatuaje no da cuenta de lo que es una persona, que ni siquiera eso determina lo bueno o lo malo que puede llegar a ser, que me dejaran en paz porque yo no tenía remordimiento de conciencia; y eso hicieron, ya nadie me dice nada, creo que se resignaron a lidiar con la personalidad de alguien a quien no conocen lo suficiente. Sí, se dieron por vencidos al saber que no soy drogadicto ni delincuente por llevar un nombre en mi espalda. Un nombre que es muy significativo para mí, el nombre de la persona por quien lo daría todo, incluso mi vida si fuera necesario, el nombre de mi madre.

Para los que no saben, mi mamá lo es todo: es madre y mi padre, es quien me sustenta, es quien me ayuda con los gastos académicos, esto para mencionar algunas cosas de lo que ella es, y es quien me apoya las locuras, como ésta. Así que, para los que se preguntan por qué es el nombre de Gladys el que llevo estampado en mi piel y no otra cosa, ya tienen la respuesta. No es sólo por ser mi madre, porque el amor no es obvio.

Hoy puedo recordar las palabras textuales de mi mamá cuando me decía "Te quedó hermoso, flaqui" y la llamada desde Venezuela de mi hermana Karen (que ya está tatuada) diciéndome "Mira mijo, te quedó bacano, ahora que vaya a Colombia me hago otro con el nombre de mi mamá y uno con el de mi abuela", cosa que no ocurrió por cuestiones monetarias, y mi prima Mary que me dijo que estaba genial, y la que es más evangélica que yo planteándome que Dios me iba a pedir cuentas de eso porque a Él no le agradaban los tatuajes (irónico pensar por Dios), que mirara lo que hacía y que cuidara mi salvación, como si la salvación fuera por obras y no por gracia, como si dependiera de mí y no de Dios; y mis amigos con la locura de querer tatuarse y las palabras de otro diciéndome que mi madre debía estar desilusionada, que ese no era el mejor regalo, y que yo le respondí que no era un regalo para ella sino uno para mí porque era un orgullo llevar la transcendencia lexical en mi piel horadada como escribió David en su blog, porque me llena de alegría llevar el símbolo de mi paradigma como una cicatriz amorosa, como ese pacto de sangre y piel que me une más a ella, más a su pasión y más a su entrega. Ahora me dan risita aquellas afirmaciones porque hasta ella tiene, en su WhatsApp, la foto de su nombre en mi cuerpo.

Si bien, hay cosas que dejan huellas, o marcas, en el corazón: palabras necias dichas por ignorantes, libros extraordinarios que quieres volver a leer, amores frustrados que hacen llorar, un te amo farsante o una sonrisa hipócrita; pero yo me quedo con mi huella hecha de tinta y que no hace daño al corazón, me quedo con la del dolor momentáneo y no con las del eterno, con la misma que queda para siempre y es sinónimo de jolgorio. Hoy aborrezco las huellas imborrables que hacen daño al alma y recibo con gratitud las que tienen una significación en mi vida.