jueves, 10 de octubre de 2013

SUEÑO

Ahí estaba yo de nuevo, sentado en el jardín de rosas ubicado en la parte trasera de mi casa; pensando en las inconsistencias de la vida, en la monótona rutina que me iba acabando como el agua al jabón, en el calor que me hacía sudar y ensopaba mi ropa hasta quedar mojado por completo y en el tiempo que pasaba muy de prisa. Pero, por encima de eso, te pensaba. Yo pensaba en ti. A mi memoria venían los recuerdos de la primera vez que nos dimos un beso, de la vez que salimos agarrados de la mano sin importar ser descubiertos por los tuyos, de tu cabello largo y liso, de tu piel suave que acariciaban mis manos, de tus abrazos sinceros, de tu rostro angelical y de la ternura que irradiaban tus poros. 
Mi Koky.

Ahí estaba yo, dispuesto a salir del encierro de aquella guarida infernal con olor celestial que aumentaba mi impaciencia y mi soledad. Salí. El sol quemaba mi cara como antes yo había quemado tu foto; me apresuré. Las calles solitarias me recordaban al pueblo de mi madre, alegre de noche pero, triste de día. Seguí caminando hasta llegar a un lugar sombrío y fresco, con su aspecto acabado como si antes hubiese ocurrido un cataclismo, pero siempre con cara de parque, y ahí estaban mis amigos, hablando de lo que antes yo había pensado, pero no estabas tú. Me senté de inmediato y me pareció verte venir por la calle donde siempre te esperaba. Sonreí. Cuando te tuve enfrente, sin notarlo, me besaste y al reaccionar me di cuenta que era mi perro, Koky, lamiéndome.