sábado, 11 de enero de 2014

PESADILLA FELIZ

Mariana se despertó con la extraña sensación de que algún individuo se hallaba espiando su casa. De inmediato, en medio de la oscuridad, corrió a cerrar la puerta de la habitación donde, muy cómodamente, reposaba su cuerpo. Eran las cuatro de la mañana de un martes 4 de febrero cuando de repente abrió los ojos porque sintió varios pasos. Se asustó demasiado. Luego de haber pasado casi una hora sentada en la cama y arropada por completo, rompió su temor y corrió hacia la cocina donde, con ansias y decidida a cualquier cosa, tomó un cuchillo por el mango y se puso en la tarea de buscar al ladrón. 

Las piernas le temblaban, el corazón lo tenía acelerado, pensaba en cómo realizar el crimen, en cómo lo sacaría de la casa sin que nadie lo notara y hasta llegó a pensar en hacerlo pedazos y meterlo en bolsas negras; pero lo cierto es que ya las manos no querían seguir empuñando aquel objeto cortopunzante, estaba fría, pálida y derramaba lágrimas por sus ojos. Temía que su vida acabara justo ahí, en su casa, en el día más especial de su vida, en el ambiente taciturno de aquella madrugada sin fin. 

La búsqueda continuaba mientras avanzaba el reloj, el tic, tac, aumentaba el suspenso. Entró al baño y no había nadie, a la habitación continua y tampoco, el patio estaba solitario. Ahora era mayor la preocupación porque no encontraba a sus parientes, aunque supuso que habrían salido a hacer deportes como algunas veces. De repente, cuando tomó la decisión de volver al lecho y dormir, de terminar con la misión fallida y que creyó imaginarse, percibió un sonido de un papel en la sala. Cautelosamente, como los leones cazan a su presa, tomó ese rumbo y al encender la luz hubo gritos al unísono que la dejaron perpleja e impresionada. Su familia ahora le decía: 

-¡Feliz cumpleaños!-